Una alumna, en clase de prácticas, mientras veía por el microscopio, contó la siguiente historia: "Esta historia no ocurrió hace mucho tiempo y está protagonizada por Juan Araújo, un exfutbolista del Sevilla FC. Este hombre sufrió un gran palo en 1965 cuando su hijo murió tras una larga enfermedad. Con anterioridad, Juan, devoto del Gran Poder, le había implorado que curase a su hijo en repetidas ocasiones, pero al fallecer el pequeño, abandonó su fe. A raíz de este suceso le dijo al Gran Poder que nunca volvería a poner un pie en su iglesia y que la próxima vez que se vieran sería porque el Señor de Sevilla iría a verlo a su propia casa.
Ese año se celebraban en Sevilla las Misiones Populares, que consistían en sacar imágenes de la Semana Santa de sus templos para que hiciesen un recorrido por los distritos de la ciudad. Por azares del destino, al Cristo del Gran Poder le correspondió la zona de Nervión en la que Juan había montado un taller.
El día de la procesión, la cofradía fue sorprendida con una lluvia, por lo que tenían que refugiarse en el templo más cercano, pero este estaba cerrado. Al ver el local de Juan, llamaron a su puerta para que los resguardase de la lluvia. Él preguntó quién era y cuando escuchó la respuesta «El Gran Poder« abrió la puerta y se lo encontró allí plantado. Se arrodilló ante él y le pidió perdón por haberlo desafiado".

Fig. 1. Cristo del Gran Poder de Sevilla. Localización
Por lo visto, la historia es inventada, lo cual es incluso mejor. La fuerza del mensaje es tal que la primera persona que inventó esta historia, y todos los que la han repetido, yo incluido, han, o hemos creído, que tenía que ser cierta. La fe exige cierto nivel de reciprocidad.
Y aquí hay un matiz, un concepto, que hace grande al catolicismo. Juan Araújo le reza al Cristo del Gran Poder, no a Cristo... sino al Cristo del Gran Poder, al cristo de su barrio. El Cristo del Gran Poder no le cumple y él, resentido, le comunica que "nunca volvería a poner un pie en su iglesia y que la próxima vez que se vieran sería porque el Señor de Sevilla iría a verlo a su propia casa". Le habla al Cristo como si fuese un amigo, una persona de su barrio. Si tu no cumples, yo tampoco. Más que una obediencia ciega y servil, Juan Araújo está interactuando con alguien al que él puede dejar de interactuar si no hay cierto nivel de reciprocidad. No se trata de la fe de Abraham que va a matar a su propio hijo Isaac por que Dios se lo ordena.
Las sociedades católicas, comparadas con las protestantes del norte de Europa tienen ventajas y desventajas frente a estas. El sentimiento de comunidad es mucho mayor en las comunidades católicas y latinas. Los irlandeses, católicos, siguen celebrando San Patricio, ¿Qué celebran los anglosajones o los descendientes de alemanes en los EEUU?. Dejo al final de este post un artículo de Fadrique Iglesias publicado en El País. En este artículo, el autor explica cómo pueden las comunidades migrantes contribuir a curar la epidemia de soledad en EE UU.
Los santos, santas, vírgenes o cristos (si, en plural), tienen una razón de ser con el espacio. Normalmente se trata de santos concretos. Por ejemplo, en la canción gallega San Benitiño
Non vaias o de Paredes, si vas a o San Benitiño
non vaias a o de Paredes, que hai outro mais milagreiro
que hai outro mais milagreiro, San Benitiño de Lerez.
San Benitiño do ollo redondo
hei dir. ala miña nai se non morro,
hei de levar unha bota de viño,
e unha barra de pan do Porriño.
En la canción se habla de un San Benito de Paredes (un lugar) que comparado con el San Benito de Lérez es menos milagroso. En España
hay más de 12.300 santuarios y ermitas. Los dedicados a Nuestro Señor son al menos 1.200 (el 10%), los dedicados a la Virgen María o a alguna advocación mariana son 4.300 (35%); dedicados a los santos y las santas, 6.800 (55%). Este tipo de datos reflejan quién es el favorito en las simpatías de los fieles. Cada uno de estos santuarios tiene su fiesta correspondiente. Además, los santuarios conllevan la idea de «peregrinación» (aunque sea un pequeño viaje desde el pueblo cercano). No hay montaña, cerro o colina donde no aparezca en el horizonte un santuario, ermita o capilla. Es una forma de estructurar el espacio y crear comunidad alrededor de él. Los devotos de la Virgen del Rocío son "rocieros" una comunidad con fuertes vínculos. De los mejicanos se dice que más que católicos son guadalupanos...
Católico romanos y los símbolos unidos al territorioLos anglosajones, lo mismo que los germanos o los escandinavos basan su unidad en la sangre, en el linaje. Para los latinos, herederos de la cultura mediterranea, la unidad se basa en símbolos unidos al territorio. Para explicarnos, se produce una mezcla de sangres y de símbolos. Se mantiene el símbolo principal al que se le van añadiendo los símbolos recien incorporados. Una forma de reconocimiento y legitimación. ¿Qué tienes un
Dios del Trueno en el panteón africano? No hay problema, llamémosle Santa Bárbara. Tonantzin significaba 'nuestra madrecita' para los aztecas se convierte en la Virgen de Guadalupe. En teoría de juegos a esto se le llama juegos de suma distinta de cero. Poco sabemos de
simbiosis y de cómo se juega los juegos de suma distinta de cero, pero está claro que desde el comienzo hubo en los territorios hispánicos y lusos un manejo de este tipo de lógica.
Un reciente estudio publicado en
Current Research in Ecological and Social Psychology ha demostrado que el dominio romano, ocurrido hace más de dos mil años, sigue dejando huellas profundas en las regiones del sur de Alemania.
Fig. 2. El Limes Germanicus, las calzadas, mercados y minas romanas y los Oppida celtas. La frontera (en negro, discurre entre los ríos Rin y Danubio. Crédito: Martin Obschonka et al.
El trabajo, liderado por Martin Obschonka y un equipo internacional de investigadores, analiza cómo la ocupación romana moldeó los rasgos psicológicos y el bienestar de la población, generando disparidades que aún son evidentes en la actualidad.
Fig. 3. Neuroticismo y esperanza de vida en la Alemania actual y en la frontera del Limes romano. Crédito: Martin Obschonka et al.
Fadrique Iglesias
09 ABR 2025
Quienes advierten de los riesgos de la soledad en el tejido urbano de las ciudades norteamericanas llevan un tiempo amplificando sus alertas. La pandemia visibilizó un fenómeno progresivo, ahora consolidado como rasgo cultural, aunque las comunidades migrantes, más ligadas a redes familiares que a concejos municipales, parecen resistirse.
En 2023, el director general de Sanidad de EE UU difundió un estudio que alertaba sobre una nueva epidemia que castiga inadvertidamente a la sociedad contemporánea: el aislamiento, una crisis silenciosa con efectos en la salud mental que van desde el suicidio hasta la degradación del bienestar colectivo y del capital social.
El tema, advertido hace un cuarto de siglo por el profesor de Harvard Robert Putnam y su célebre libro Bowling Alone: el colapso y el resurgimiento de la comunidad norteamericana, no ha hecho más que consolidarse. En enero, Derek Thompson detallaba en un artículo en The Atlantic la actual celeridad en el proceso de la individualización, que comenzó con la irrupción del automóvil y la televisión, y que se ha desbordado con la llegada del teléfono inteligente, las redes sociales y la inteligencia artificial. Thompson subraya que el declive de la interacción social se está acelerando de forma preocupante y amenaza con alterar el bienestar de los estadounidenses en el largo plazo.
El norteamericano promedio pasa más tiempo en su casa disfrutando del acceso casi irrestricto a la industria cultural digital y a las redes virtuales, en detrimento del espacio público. A esta coyuntura se puede añadir una división ideológica de carácter más local: la brecha entre la América rural, de extrarradios y más conservadora, y la urbana, que aboga por un incremento en la densificación y la adopción de políticas de vivienda asequible. El condado de Arlington, vecino a Washington DC, recientemente aprobó una normativa para facilitar acceso a vivienda digna para estratos medios (missing middle) en un mercado altamente intervenido. De momento, una demanda colectiva de propietarios de viviendas unifamiliares con jardines, llamados NIMBYs por el acrónimo de “no en mi patio trasero”, ha frenado la medida y los precios de la vivienda siguen disparados a merced de un fenómeno gentrificador que no parece detenerse en aquellos territorios dinámicos.
Este fenómeno podría agravarse por el reciente anuncio de la administración Trump de recortar fondos federales destinados a equidad en el ámbito local
Las corrientes urbanísticas precedentes facilitaron el aislacionismo durante el auge del desarrollismo a principios del siglo XX. En el ámbito normativo proliferó la zonificación excluyente —aquella que reniega de las calles interconectadas en cuadrículas y separa los diferentes usos urbanos (comercial, industrial, minorista, etcétera)— y sus consiguientes tensiones raciales, lo que ha normalizado la fragmentación de los vecindarios, documentada por el urbanista Richard Rothstein en su libro El color de la ley.
Este fenómeno podría agravarse por el reciente anuncio de la administración Trump de recortar fondos federales destinados a equidad en el ámbito local, elemento central en la planificación urbana del siglo XXI y que va más allá del acceso a parques, plazas y festivales, ya que apunta al concepto del derecho a la ciudad. Aun cuando los desarrolladores inmobiliarios proponen profusamente la vuelta a bulevares y calles peatonales comerciales —los centros comerciales o malls empiezan a percibirse apolillados—, quizás sea tarde para revertir los efectos de la expansión suburbana o sprawl del siglo pasado. Si bien hace unos años voces como la de Mike Davis ya exploraron los efectos del “urbanismo mágico”, una realidad caótica pero viva en muchas ciudades del mundo en desarrollo, es pertinente su relectura y actualización, sin romantizar sus profundas desigualdades.
En el actual contexto, que premia la innovación facilitada por el intercambio de ideas, las ciudades deberán invertir en su capital social aumentando la interconexión y facilitando dinámicas cooperativas saludables entre el sector privado y público. Recuperar el “tercer espacio”, concepto acuñado por el sociólogo Ray Oldenburg para aludir a entornos de socialización que no son ni el hogar ni el trabajo, adquiere relevancia para facilitar la cohesión social y un encuentro más armónico entre proveedores de servicios y consumidores, evitando el aislamiento. El comercio electrónico ha vaciado los centros comerciales, pero abre oportunidades a espacios de uso mixto, capaces de ofrecer centros cívicos, restaurantes, cines y teatros y calles peatonales en las que interactúa una diversidad de comunidades, grupos etarios y preferencias.
Inopinadamente, las comunidades hispanas ostentan valiosos antídotos al riesgo de aislamiento. Su concepción comunitaria y festiva, basada en redes de apoyo, sistemas de ahorro colectivos (“pasanakus”), celebraciones solidarias y una predisposición a la socialización, no parecen estar en disputa con la normativa urbana —en algunos casos excesivamente rígida— ni tampoco pretenden idealizar la flexibilidad desordenada de algunas ciudades en países emergentes.
Las ciudades tienen el desafío de ser espacios de encuentro. Y en este esfuerzo, la cultura latina puede ofrecer una inspiración vital
Para aquellas comunidades migrantes asentadas, el restaurante no es solo un negocio utilitario, sino un punto de encuentro y de construcción de identidad; la comida no es solo alimentación, sino un acto de conexión y preservación del patrimonio familiar; la plaza pública no es un espacio de tránsito, sino un escenario de vida y observación.
Tanto los ciudadanos de origen hispano como asiático invierten más tiempo en actividades educativas, de alimentación/bebida y en tareas de cuidado familiar, que aquellos ciudadanos de origen anglosajón y afroamericano. De estas cuatro categorías de origen racial y étnico, los hispanos también muestran un mayor porcentaje de tiempo de ocio dedicado a comunicar y socializar, con un 12%, en comparación con el 11,8% de los blancos, 9,4% de asiáticos y 8,7% afroamericanos, según el US Bureau of Labor Statistics.
La comunidad boliviana en el Estado de Virginia, que agrupa a 100.000 residentes, trata de encontrar equilibrios en ciudades con pleno empleo y baja delincuencia, agrupando a miles de personas en decenas de festivales. Abundan otros ejemplos como las “cholitas tiktokeras”, una comunidad de mujeres creadoras de contenido —bilingües y de clase obrera— en la periferia de Washington, cuyas familias indígenas en la diáspora conservan rasgos culturales andinos; la iniciativa Okuplaza, del colectivo chileno Ciudad Emergente o el proceso participativo de la comunidad salvadoreña en Chirilagua, Alexandria.
Quienes abogan por la creación participativa de espacios o placemaking llevan tiempo impulsando entornos propicios para socializar. Las protecciones al patrimonio tangible han permitido resguardar edificios históricos, pero hay escasas herramientas para preservar el patrimonio cultural inmaterial en un mercado inmobiliario que amenaza con desplazar rápidamente grupos de vecinos.
Si como sociedad queremos combatir la epidemia de la soledad y debatir la importancia real de la diversidad e inclusión, debemos reconsiderar el valor de una vida más conectada, principalmente los colectivos juveniles y de la tercera edad. En un mundo hiperconectado en el plano virtual pero aislado en el real, las ciudades tienen el desafío de ser espacios de encuentro. Y en este esfuerzo, la cultura latina puede ofrecer una inspiración vital para evitar que esta tendencia se convierta en cien años de soledad.
El perdón está unido al reconocimiento del territorio
Fadrique Iglesias es doctor en Patrimonio Cultural y trabaja como planificador urbano en Virginia, EE UU